viernes, 19 de junio de 2015

Rumbo y deriva - Exposición en el Taller / Junio 2015 - ESTEBAN VIDELA

Tenía 11 años cuando se hizo consciente el rumbo por primera vez. Estaba en séptimo grado y al igual que la mayoría de los días que llegaba a casa me ponía a dibujar, posiblemente porque había muchas cosas que no podía verbalizar. Copiaba superhéroes, personajes de cómics, de películas de animación. Ese día dibujé a Condorito, al terminarlo me di cuenta que había algo diferente con los anteriores que había realizado, se parecía y eso me enorgulleció. Tanto que decidí recortarlo y pegarlo en una hoja de mejor calidad. Esa hoja la archivé en unas carpetas que mi padre traía del trabajo.
En la actualidad en mi biblioteca se descubren, camufladas entre los libros,  cuatro carpetas de las que traía mi padre con cientos de esos dibujos.
De esta manera se hizo presente el rumbo y desde ese momento lo que he intentado es volver a vivenciar esa sensación que tuve cuando dibujé a Condorito. Talleres, la escuela de Bellas Artes, el instituto de Arte del Teatro Colón. Guiado por el rumbo.
Sin embargo, en algún momento apareció la deriva. Fue cuando finalicé Bellas Artes. La pregunta que me atormentaba era que hacer con todo eso que había aprehendido, no me sentía bien, no me hacía bien repetir fórmulas de manual que no tenía dudas que funcionaban, no quería racionalizar más el proceso de la pintura. La deriva me llevó hasta el taller de Ariel Mlynarzewicz, encontré un maestro que me guió pero no indicándome un rumbo, sino transitando la deriva. En ese tránsito entendí que el rumbo nunca lo había perdido, el rumbo era, eso mismo que a los once años me hacía tan bien, el acto de pintar y dibujar, sin importar el resultado, lo importante estaba en el proceso. Lo importante está en el proceso. 
De esta manera empecé a perder cada vez más el rumbo dentro de la pintura, intenté despegar la cabeza del acto de pintar, intenté que algo me atravesara en el proceso. En jornadas de tres o cuatro horas podía pasar solamente unos segundos, pero esos segundos eran comparables a esa vivencia infantil cuando sentía orgullo por ese dibujo que había realizado. Como contrapunto apareció con más claridad el motor del acto de pintar, eso era el rumbo.
Pinto porque no puedo dejar de hacerlo. Pinto porque es mi forma de comprender el mundo. Pinto por esos segundos en los que la cabeza para. Pinto porque ese es mi rumbo. Pinto porque en cada transcurrir del proceso aparece la deriva y esa deriva me lleva a un nuevo rumbo, pero sin embargo, cuando llego a ese puerto, ya todo está brumoso nuevamente, de forma tal que de vuelta me encuentro a la deriva. Eso es lo mágico de este proceso, eso es lo mágico de la pintura. Es infinita.

Buenos Aires, 5 de junio de 2015.
Esteban Pablo Videla.










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